martes, 3 de junio de 2014

Se nos fue otro amigo...

©  | Dreamstime Stock Photos

El barrio es pequeño, si acaso menor que una cuadra. Tiene dos calles, pero solo una tiene salida y entrada, que es por la que se pueden recorrer casi todas las casas. Durante el día, se pueden ver niños jugueteando en la calle o en el pequeño planché de cemento, donde llegan a soñar sueños mundialistas, pasear sus mascotas, o simplemente sentarse a dejar pasar el tiempo y observar. El lugar es tranquilo, al menos no es peligroso como otros más cercanos a la capital, pero eso no quiere decir que no haya historias que contar.

Apenas estaba empezando la mañana cuando lo supo. Escuchó a dos personas murmurando al respecto sin que les afectara, más bien como una curiosidad. Pero unas palabras fueron muy claras: "Lo atropellaron hace un rato. Cuando lo encontraron ya no respiraba". Interrumpió un bostezo y se levanto con prisa hacia la esquina. "No puede ser" pensó, "algo malo le pasó al orejón ese". Dobló la esquina, y salió disparado a buscar a su amigo.

Lo encontró sentado en la acera, mirando por el portón hacia adentro de una casa. Tenía una mirada pensativa: era extraño verlo fuera pero añorando estar encerrado detrás de esos barrotes. Al menos tras de ellos hay calor, comida... y quién sabe, tal vez hasta cariño.

El problema con "su amigo", al que llamaba Dientes por la prominencia de su mandíbula, es que él no sabía que lo era. Era común que pelearan, y por más que se empeñara en parecer simpático, su "amigo" siempre lo recibía con un revolcón, muy a pesar de las muestras de sumisión que se esforzara en presentar. Esta vez no fue diferente. Dientes tenía la mitad de su altura, pero casi su mismo peso.

-"¡Atrás Carita, no me molestes!" - gritó Dientes mientras lo lanzaba al suelo. "No estoy de humor para tus zalamerías. Si quieres comida busca en otra parte".

-"Te he dicho que no me llames "Carita". Ya tengo un año y estoy grande para esos nombres. Mi nombre es..."

-"Me importa poco como creas que te llames" - dijo Dientes mientras lanzaba otra mordida a su cuello sin lastimarlo. "Eres el preferido de muchos por aquí por ser cachorro y por tu cara. Me molestas."

Era cierto. Tenía un buen tamaño, patas largas, hermosa cabello corto color canela, y encima, la cabeza de un shar pei. Era una extraña mezcla, ya que parecía que el creador había olvidado hacer su rostro mestizo, y sus arrugas, las cuales terminaban en su cuello, eran las delicias de quienes lo notaban y se acercaban a acariciarlo. Su pinta de perro de raza sin serlo bien pudo haberle ayudado a encontrar un hogar, al menos uno donde puede pasar la noche.

-"Tal vez si no fueras tan gruñón", ladró el cachorro juguetonamente.

Dientes no se molestó en responder.

Entonces aprovechó que volvía a su lugar frente al portón para hablarle.

-"¿Supiste lo de Orejas? No estoy seguro, pero creo que algo le pasó. Tal vez si...".

-"Orejas... no va a volver" - espetó Dientes con un tono apesadumbrado que no era muy común en él. Su apariencia, su carácter, todo en él parecía fuerte. Era corto de patas, pero no temía enfrentarse a cualquier perro más grande, tampoco temía a los automóviles ni a los buses que constantemente doblaban en esa calle. A las motos simplemente las odiaba. Se notaba que alguno de sus ancestros fue un bulldog, pero por un momento pareció cansado, débil. Dientes siguió hablando.

-"Acabo de escuchar al hombre de la moto negra y a su esposa hablando al respecto. Lo encontraron con la mirada perdida a un lado de la calle. Él... simplemente no volverá".

-"No entiendo" - reclamó el joven cachorro, intranquilo por la respuesta mientras lamía la cara de Dientes.

-"¡Quédate quieto! Eres muy joven aún, pero estas cosas pasan siempre". Extrañamente, esta vez no lo mordió. "Además, no entiendo por qué te preocupas. Ese chihuahua sobrecrecido nunca fue amigo de nadie. Era desconfiado y débil, y parecía de raza, como tú... solo que mucho más feo. Nunca me cayó bien."

-"A ti nunca te gusta nadie, sólo quienes te dan comida. Además, el no era malo, solo algo extraño. Sólo me molestaban sus dueños, tenían amigos muy raros. Yo prefería evitarlos". El cachorro se acostó junto a Dientes con su vientre expuesto, demostrando una vez más su buena intención de acercarse. Éste lo ignoró también esta vez.

"Además, Orejas era..." -  hizo una pausa y con un leve gemido continuó -"él era uno de nosotros".

Se hizo el silencio, y se quedaron ambos como estaban, escuchando solo al viento susurrar. El sol que no perdona se dirigía hacia su lugar en lo alto del cielo. Minutos después llegó un autobús, del cual bajaron muchas personas. Hubo ruido, risas, pasos. Nadie bajó la mirada hacia ellos, excepto una niña que pasó y frotó la panza del cachorro, el que se revolcó con gusto. Momentos después, ella también se había ido.

El cachorro se levantó - "No creo que consigamos nada de comida aquí hoy, me voy a jugar con mi hermano".

-"Anda, ve y molesta a otro. Yo me quedo aquí. Están cocinando pollo, tal vez dejen un poco." Dientes lo pensó un momento, luego continuó. "Llama a los demás. Diles que nos encontremos cuando la luna esté alta en el cielo en la calle recta donde encontraron a Orejas, a esa hora no habrá  humanos que molesten."

El cachorro lo miró feliz y se alejó juguetonamente a cumplir su tarea.

...





La noche había llegado, y por suerte, estos días no era tan fría como en otras épocas. La calle oscura donde llegaron los perros solo tiene unas cuantas casas a un lado, y del otro únicamente charrales.

Uno a uno los perro fueron llegando, de todas la variedades que se pudieran imaginar. Grandes, pequeños, flacos, peludos. Si una persona hubiera pasado en ese momento le hubiera costado creer que hubieran tanto perro en las cercanías del barrio. Hasta un flaco gato sin pelo se sentó un tanto alejado de grupo, escudriñando con sus hermosos ojos para saber qué pasaba. Todos lo miraron de reojo, pero nadie lo molestó. No era el momento.

Dientes se sentó y observó. En el lugar no había sangre, pero todos podían sentir el olor a muerte. Se limitó a esperar y dar un momento. Él no era exactamente bueno para estas cosas. A su lado, el cachorro gemía.

Luego de un rato, uno de los perros, un  hermoso pastor alemán levantó su nariz al cielo y contempló un cielo sin nubes. Las estrellas parecían llamarlo desde siglos atrás, apelando a su naturaleza, a sus raíces. Acto seguido, en un impulso salvaje comenzó a aullar a la luna, con un sonido sollozante al que se unieron los demás, sacando de sus gargantas aquello que no podían decir con palabras.

Hubo alguien que se asustó, otro que se quejó, pero nadie los interrumpió.

Luego, llegó el silencio.

...

Cuando ya se habían ido todos, solo quedaron los dos amigos.
-"Quiero irme" -dijo el cachorro" - "ya no quiero estar aquí". Se levantó y empezó a caminar.
Dientes se quedó un momento, olfateó el asfalto y lo siguió.

-"Se nos fue otro amigo... Nunca me cayó bien, pero se nos fue otro amigo".

Y siguieron juntos hacia la noche.